BROTES
Desde la niñez, sabemos
que hay anchos espacios deshabitados dentro nuestro,
algo así como puntos de fragilidad
donde el sufrimiento tiende a concentrarse hasta que explota,
como si en un campo hubiera franjas secas
donde nada puede ser sembrado ni crecer
sin terminar devorado por las alimañas o enfermar.
Un árbol puede sentir cuál es el brote, entre todos los suyos,
en el que van a ensañarse las plagas,
cuáles no van a sobrevivir,
cuáles no tienen la fuerza necesaria.
Cuanto más conoce sus flaquezas, más amor le reserva porque sabe,
de esa manera cierta e inexorable que sabe la materia,
que no puede dejar librado a su suerte
a lo que ha sido puesto en el mundo
para alimento de una vida más potente,
más decidida a seguir delante de la manera que sea.
Si el amor nuestro pudiera también depositarse en la falla propia y
ajena,
en la parte lastimada que no es apta para la supervivencia,
podrían desprenderse de nosotros
–como pestes que encontraron su remedio-
la violencia que volcamos
sobre lo que no puede defenderse,
la cobardía con que aceptamos como natural
la prepotencia del más fuerte.
Claudia Masin
de esa manera cierta e inexorable que sabe la materia,
que no puede dejar librado a su suerte
a lo que ha sido puesto en el mundo
para alimento de una vida más potente,
más decidida a seguir delante de la manera que sea.
Si el amor nuestro pudiera también depositarse en la falla propia y
ajena,
en la parte lastimada que no es apta para la supervivencia,
podrían desprenderse de nosotros
–como pestes que encontraron su remedio-
la violencia que volcamos
sobre lo que no puede defenderse,
la cobardía con que aceptamos como natural
la prepotencia del más fuerte.
Claudia Masin
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